Todos alguna vez estaremos Oliendo Pelusas.

¡Bienvenido seas alma perdida!

Anteriormente, hablando del año 2009, este espacio estaba dedicado a la publicación de sandeces, aka fan fiction de la banda alemana de poprockpunknoseque Tokio Hotel.

Sin embargo, después del tiempo que ha sucedido, la temática ha cambiado y, aunque en los archivos están aún esas sandeces, probablemente los escritos que aparecerán próximamente sean más de otros temas, que de la misma banda.

Éste sigue siendo su espacio, éstas siguen siendo sus letras, y esta siempre será la agonía de las palabras.


martes, 9 de agosto de 2011

Capítulo 46 – Eres más bella que las flores

-¿Y mi mamá?- pregunto Rob de pronto.

-No lo sé cariño, ellos deben venir ya en camino- le respondí apartando mi mirada de la televisión. Observándola detenidamente, su cabello, sus rasgos, sus ojos brillantes. Ése misterio por el cual Matt se había casado con su madre estaba impregnado por cada poro del cuerpo de su pequeña hija.

-Me duele mi corazón Tía Mei -dijo parpadeando rápidamente, su vocesita hacía un eco tan hermoso. Tanto que por poco no le prestaba atención a lo que me decía.

-Disculpa cariño, ¿Qué es lo que sucede?- me levante del sofá y me hinqué frente a ella, me miraba atenta con sus enormes ojos, poblados de pestañas. La determinación era algo fabuloso en su gesto.

-¿Por qué mis abuelos jamás quisieron venir aquí?- me preguntó decidida - El otro día vino un hombre muy apuesto, sus ojos eran como el mar y su perfume era muy rico, habló con mi mamá de mis abuelos. Ella después se puso a llorar en el suelo, mi papá la abrazaba y a mi me dolía mucho mi corazón. Como ahorita...

-Primero deberías responderme tu los misterios del universo - le digo asombrada y sin creerme aún la capacidad del dialogo que tiene a sus cortos 6 años.

-Mi Mamá me lee muchos libros, pero jamás me ha hablado del Universo ni las estrellas. Eso lo ha hecho mi Papá – responde con una sonrisa tan hermosa.

-Y ambos te han enseñado muchas cosas- le decía, tratando de que su dolor se alejara o se le olvidara.

-Ya soy una niña grande - dijo orgullosa – se leer y escribir. También puedo marcar por teléfono y cerrar la llave del agua cuando se esta tirando. Puedo llevarle el desayuno a mi papa y encender la televisión y poner los canales. Mis maestras también me han enseñado muy bien, dicen que soy una niña muy educada.

-Lo eres pequeña Robín, casi podrías vivir sola - quise bromear con ella, yo me reí pero ella no. Su gesto se endureció de pronto y agacho la cabeza.

-Cumpliré pronto los 7 años Tía Mei, no puedo vivir sin mis papas y además no quiero. Me gusta mi casa, amo mi casa, mi jardín, la comida de mamá, el canto de papa. Ellos no deben de tardar

-¿A donde crees que hayan ido? - Le pregunté sin saber porque. Yo sabía la razón, pero ...

-Ellos fueron por mi regalo de cumpleaños- dijo y sus ojos volvieron a iluminarse- yo no quería que fueran, no creo que un regalo me haga más feliz que ver a mis papas – y pauso por un momento- además de que hace muchos años un día como hoy mis papas se enamoraron.

-Sabes que es lo que significa eso ¿Verdad?- sonreí, parece Miranda contándome sobre su vida diaria, con ese ensueño en su voz, tan gentil.

-Pues sí – me responde con orgullo, otra vez – es cuando haces bebés – y me echo a reír. Sí, era una niña increíble, inteligente, muy astuta. Pero una niña al fin. Ni siquiera nosotros los adultos conocemos este tema del amor.

-Que pequeña tan lista eres- acaricié su cabeza. Ella me sonrío y volvió su cara a los libros para colorear. Horas más tarde la llevé a su cama, se encontraba agotada.

-¿Donde están par de enamorados, vagos? - pregunté para mi misma, viendo el reloj de la sala que marcaba casi la media noche. Hace más de doce horas que ellos se fueron. Solamente buscaban un regalo, algo especial para su pequeña.


Me quedé dormida en el sofá de la sala, podía ver a través de mis ojos cerrados finas flamas danzarinas por doquier, un sueño, porque estoy dormida... ¿Verdad?

-¡Mamá! - Escuché su voz, aterrador grito que me hizo sudar y tener miedo. Mucho miedo.

-¿Robín? Pregunté poniéndome de pie. Esperando honestamente que se tratase solo de un sueño. Su voz se detuvo. Ya no había flamas saltarinas. No había ecos ni sonidos - Fue un sueño – suspiré aliviada

-¡Papá! - Gritó otra vez. Corrí hacía su habitación. Ella se revolcaba en la cama, sudaba, grueso sudor que caía por su hermoso rostro.

-Robín, despierta cariño – le dije acercándome con cuidado, meciéndola un poco. Abrió sus ojos de golpe, su boca entre abierta, sus pupilas dilatadas

-¿Donde están mis papás? - preguntó desesperada, casi a punto de llorar. No podía decirle que no sabía. Mire el reloj de mi mano. Tres de la mañana, esto no podía ser posible. Algo les había pasado - ¿¡Donde!? - Gritó y no supe responder. Ella se levantó de la cama como una bala y echó a correr fuera de su habitación.

Me encontraba en shock, pero aún así mi cuerpo me exigió ponerme de pie y seguirla. Ella había salido a la calle, descalza, indefensa.

-¡Robín! - le grité. Mi voz sonó en todos los rincones del mundo, ronca por la pesadez de la hora, por la inexplicable angustia que sufría. Y corrí tras ella, iba a media calle, su cabello se mecía con rapidez, como olas de mar en un día agitado, las flamas danzantes colmaban mi mente y corazón. Hasta que le di alcance, no porque corriera más rápido.

Ella se había detenido a media calle. La gente alrededor nos gritaba y nos alejaba.

-¡No...! - dijo en un grito que se ahogo por el aturdidor momento. Su auto estaba volcado a media calle. Vidrios por todos lados, sangre y muy poco fuego.

-La ambulancia ya viene en camino – escuché a un hombre, preocupado igual, los vecinos de los Bellamy eran muy amables.

De pronto pudimos verlos. Ambos cuerpos habían sido sacados del auto, estaban posados juntos. Robín corrió otra vez, al lado de sus padres.

-Mami, Papi ¿Están bien? - les preguntó hincándose en medio de los dos, ellos apenas y respiraban, sus cuerpos estaban muy heridos, rodeados de pequeños charcos con su hermosa sangre carmesí. La pequeña estaba ahí, sin llorar. Acariciaba su rostro constantemente, hasta que ambos abrieron sus ojos, a la par.

-Robín, mi hermosa bebé- dijo Mattew, acaricio el rostro de su hija – hace mucho frío y es muy tarde ya.

-Perdón Papi – le responde, sonriendo- es que se tardaron mucho y no podía dormir.

-Lo lamentamos mucho, terroncito -contestó esta vez Mine, mirándola con ternura- nos entretuvimos viendo las bellas flores en el camino.

-¿Eran flores bellas? -preguntó de nuevo. Todo parecía sacado de un sueño. Ellos tres ahí, la pequeña sonriendo, sus padres también. Para los ojos de los tres todo era muy hermoso, ya que solo se veían entre ellos. La verdad no era nada hermosa.

-Mi amor -le dijo Miranda- tu abuelo es un hombre muy bueno, seguro el cuidará de ti muy bien.

-¿Vamos a ir a verlo?- preguntó la niña ilusionada.

-Vive en un castillo hermoso, tiene muchos animales, tu nueva casa te gustará – completó Matt- debes prometer que te portarás muy bien con él.

-¿Viviremos con el abuelo? - preguntó de nuevo. Ellos comenzaron a decirle mil y un cosas hermosas, la niña reía. No se daba cuenta de lo que en verdad estaba pasando.


-Ellos...- se acercó a mi un hombre vestido de blanco, un paramedico.

-Lo sé – lo interrumpí. Todos veíamos desconsolados esta escena – No hace falta que se los lleven.

-Llegamos demasiado tarde – se lamentó, yo también. Ni siquiera podía acercarme a ellos tres. Tan perfectos, tan... unidos y felices.

-Promete que siempre vas a mantener esa bella sonrisa, pase lo que pase – le dijo Minerva otra vez- prometeselo a mamá, anda.

-Lo juro con mi vida mami – le respondió la niña de manera veloz.

-Mi amor, júrame a mi que vas a ser muy feliz, que vas a enamorarte de una persona tan hermosa como tu - le pidió su padre. Un empedernido amante del amor y enamorado de Minerva

-Te lo juro con mi vida papi- le responde de nuevo, ellos se mueven lentamente, y arropan a su hija entre sus brazos. La niña sollozo.. los amaré por siempre, siempre brillaran en mi corazón...

Se quedó dormida a los pocos minutos. Sus padres besaron su frente y al fin me acerqué. Comprendía lo que pasaba. Ellos también.

-Mi padre, por favor...- tosió Miranda.

-No digas nada más- le pedí y una lágrima resbaló por mi rostro- Yo lo haré todo.

-Seguramente Felipe sigue aquí, ese rufián- se ríe Matt – deja que te encuentre Mei, por favor

-Sí...- respondí tratando de evitar el llanto, pero fue inútil – Yo lo haré todo, por favor no se preocupen... - lloré a cantaros, con Robín entre mis brazos. Había caído rendida

-Asegurate de que ella tenga presente que la amaremos siempre, que es lo mejor que la vida nos ha dado, que es hermosa, valiente, frágil...

-Lo haré, lo haré.... - sollozaba aún

-Gracias por darme a mi hija – le dijo Matt a Mine, perdiéndose en sus ojos

-Gracias por darme a mi hija - le dijo esta vez Mine a Matt, ambos amándose hasta en ese momento
– No quisiera decirte adiós mi amor.

-¿Bromeas? - le dijo risueño – Nos vamos a ver del otro lado, solo será un pequeño parpadeo.

-Voy a extrañarla mucho – Mine comenzó a llorar. Nos partía el corazón. Ellos se estaban yendo.

-Yo también – confesó Matt, tomó el rostro de Mine, apenas y lo acarició – Pero siempre la amaremos, ella siempre lo sabrá.

-Te amo – le dijo Mine, lo miró, le sonrió.

-Te amo – le contestó Matt. Ambos se unieron en un beso. Y ahí expulsaron su último aliento. Sus manos cayeron a sus costados. El sol salía, tramposo jugador que dejaba expuestas todas las heridas.

Qué importaba ya. Ellos se habían marchado. Nadie sabía como había sucedido, en realidad no interesaba. Pero yo tenía a su hija entre mis brazos. Muy pequeña para vivir sin sus padres.

-Yo me haré cargo de ella – dijo un hombre, con los ojos azules como el mar.

-Felipe – dije su nombre, el me hizo una reverencia – Cuidarás de ella con tu vida y harás llegar siempre los mensajes que sus padres han dejado para Robín. Siempre debe ser feliz.

-La llevaré a Toledo. Gracias – dio la vuelta y se perdió de la vista de todos. Nadie sabía como le explicaría a la pequeña que sus padres la habían ... amado hasta morir.