A Carmen Romero
I
Quédate allá escondida,
luz de luna,
guarda tras tus cristales
todo tu brillo.
No me mires las manos,
luz de luna,
no me mires los ojos
cuando te miro.
Quédate allá en silencio,
luz de luna,
no pronuncies mis nombres,
ni los envuelvas.
Hay tanto que no sabes,
luz de luna,
sobre tierra fértil
de los desiertos.
Más allá de tus ojos,
luz de luna,
más allá de tus ojos
y sus cristales,
está el vacío infinito,
luz de luna,
que cubre el cielo entero
de los amantes.
II
Juegas con los cabellos
enredados de tu nombre.
Deja ya de escribir y levanta la vista,
enreda tus cabellos en la vista
y en la mesa del nogal
que sostiene tu brazos.
III
Sigue caminando,
yo sembraré raíces
y comeré hierba
que crece
en los muros dolidos de mi alcoba.
Nunca sabrás que te miraba.
Nunca sabrás que te esperaba,
luz de luna,
sentado en un cojín azúl
casi enfrente de la puerta.
IV
Tus cristales,
tus cristales y los ojos que preceden
como un torbellino ahogado
en el último minuto de la tarde,
en el último minuto de tu risa,
de tus manos blancas,
amigas lejanas de las mías.
Amigas lejanas de mi pecho
y de mi almohada.
¡Cómo bailan agitadas por la pista de papel!
¡Cómo bailan las manos, los cristales,
luz de luna, cómo bailan!
V
Cruzada de brazos,
inquieta.
No me has dicho aún
si vendrás mañana.
Eres tan de piedra
cuando miras al frente.
¡Qué miedo más astral
la noche en tus cabellos!
Mis manos en tus ojos,
luz de luna, mis manos en tus ojos
clavados en la mesa de nogal.
VI
Hay tanto que no sabes
sobre la tierra fértil de los desiertos,
sobre su imagen de cristal opaco,
igual a mí cuando te miro
sentado en mi cabeza.
¡Hay tanto que no sabes!
Y no sé si decirlo
o mejor salir corriendo
con la noche,
alcanzar el fangoso despuntar del día,
el olicuo gemir del arrepentimiento,
el monólogo incansable de mis piernas.
VII
Un día de estos vas a cansarte de mí,
me dirás que em marche hacia el oeste
sin llevar ninguna provisión conmigo.
Seguramente yo te haré caso.
Echaré a andar con el sol a cuestas.
Mis pasos serán recuentos de la noche.
Tú ya te habrás ido, serás tan invisible
como el éter.
Harás una fiesta con los soles y con las edades
que te antecedieron.
Permaneceré solo marchando hacia el oeste.
Intentaré buscarte
juntando arena.
Puede ser que incluso te encuentre alguna vez
y no te reconozca.
VIII
He visto el vacío, luz de luna,
el cielo que nos cubre de tristeza.
Qué amargo es ver el mundo con los ojos
abiertos,
qué amargo,
y qué delicia tomarte de las manos y beberlas,
qué delicia tu sonrisa,
tus cristales, luz de luna.
Hay tanto que sobre mí no sabes.
Hay tanto que no sabes.
Cierra los ojos que el día se acerca.
Deja de mirarme, luz de luna,
no me mires, ni me llames,
no respondas a mis ojos, no respondas
a mi manos
ni a la masa de nogal.
Recuerda que somos tiempo
y mañana no estaremos aquí.
Quédate allá escondida,
luz de luna,
guarda tras tus cristales
todo tu brillo.
No me mires las manos,
luz de luna,
no me mires los ojos
cuando te miro.
Quédate allá en silencio,
luz de luna,
no pronuncies mis nombres,
ni los envuelvas.
Hay tanto que no sabes,
luz de luna,
sobre tierra fértil
de los desiertos.
Más allá de tus ojos,
luz de luna,
más allá de tus ojos
y sus cristales,
está el vacío infinito,
luz de luna,
que cubre el cielo entero
de los amantes.
II
Juegas con los cabellos
enredados de tu nombre.
Deja ya de escribir y levanta la vista,
enreda tus cabellos en la vista
y en la mesa del nogal
que sostiene tu brazos.
III
Sigue caminando,
yo sembraré raíces
y comeré hierba
que crece
en los muros dolidos de mi alcoba.
Nunca sabrás que te miraba.
Nunca sabrás que te esperaba,
luz de luna,
sentado en un cojín azúl
casi enfrente de la puerta.
IV
Tus cristales,
tus cristales y los ojos que preceden
como un torbellino ahogado
en el último minuto de la tarde,
en el último minuto de tu risa,
de tus manos blancas,
amigas lejanas de las mías.
Amigas lejanas de mi pecho
y de mi almohada.
¡Cómo bailan agitadas por la pista de papel!
¡Cómo bailan las manos, los cristales,
luz de luna, cómo bailan!
V
Cruzada de brazos,
inquieta.
No me has dicho aún
si vendrás mañana.
Eres tan de piedra
cuando miras al frente.
¡Qué miedo más astral
la noche en tus cabellos!
Mis manos en tus ojos,
luz de luna, mis manos en tus ojos
clavados en la mesa de nogal.
VI
Hay tanto que no sabes
sobre la tierra fértil de los desiertos,
sobre su imagen de cristal opaco,
igual a mí cuando te miro
sentado en mi cabeza.
¡Hay tanto que no sabes!
Y no sé si decirlo
o mejor salir corriendo
con la noche,
alcanzar el fangoso despuntar del día,
el olicuo gemir del arrepentimiento,
el monólogo incansable de mis piernas.
VII
Un día de estos vas a cansarte de mí,
me dirás que em marche hacia el oeste
sin llevar ninguna provisión conmigo.
Seguramente yo te haré caso.
Echaré a andar con el sol a cuestas.
Mis pasos serán recuentos de la noche.
Tú ya te habrás ido, serás tan invisible
como el éter.
Harás una fiesta con los soles y con las edades
que te antecedieron.
Permaneceré solo marchando hacia el oeste.
Intentaré buscarte
juntando arena.
Puede ser que incluso te encuentre alguna vez
y no te reconozca.
VIII
He visto el vacío, luz de luna,
el cielo que nos cubre de tristeza.
Qué amargo es ver el mundo con los ojos
abiertos,
qué amargo,
y qué delicia tomarte de las manos y beberlas,
qué delicia tu sonrisa,
tus cristales, luz de luna.
Hay tanto que sobre mí no sabes.
Hay tanto que no sabes.
Cierra los ojos que el día se acerca.
Deja de mirarme, luz de luna,
no me mires, ni me llames,
no respondas a mis ojos, no respondas
a mi manos
ni a la masa de nogal.
Recuerda que somos tiempo
y mañana no estaremos aquí.
Isaí Soto
del poemario Espacio Vacío.
del poemario Espacio Vacío.
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